El pasado 11 de julio se cumplieron cinco años desde que fuimos campeones del mundo de fútbol. Posiblemente, el acontecimiento deportivo más importante en la historia de nuestro país. Eran tiempos en los que se respiraba unión y admiración por nuestro fútbol con la mejor generación de futbolistas de nuestra historia. No había ninguna estrella en el equipo, sino una gran selección con un estilo propio que dominaba los partidos, lo que debe ser un equipo. Aún recuerdo aquel tiempo en el que paseabas por la calle o ibas montado en coche y en la mayoría de los balcones ondeaba la bandera que nos representa a todos, la española, y a nadie se le caían los anillos. No existía la típica dualidad de enfrentamiento entre Barça y Real Madrid, solo se respiraba un ambiente de unión y de remar todos en la misma dirección. Grandes tiempos, sí señor.
La participación de la selección española en la copa del mundo ha sido, por lo general, una intervención anécdotica, sin un papel principal y con apenas relevancia. Nos ha tocado salir, en la mayor parte de las veces, por la puerta de atrás de los mundiales. Desde hacer el ridículo en el mundial que se celebraba en nuestro propio país o hasta con robos en los que el único del planeta que no los veía era el que tenía el silbato del partido, ya fuera sangrando con la nariz rota a causa de un codazo o apreciando balones que nunca salieron. Al final, por unas razones o por otras, jamás habíamos conseguido superar la barrera de los cuartos de final en un campeonato del mundo, pero esta generación estaba preparada para superar todas las barreras que se le pusieran por delante.
La maldición se rompió contra Paraguay en cuartos de final en un sufridísimo partido en el que hubo de todo: un penalti errado por cada equipo y un gol de Villa al final del partido que se resistía a entrar tocando en el palo, primero por lanzamiento de Pedro, recogido por el asturiano y el cual también tocó el palo antes de entrar. España ganó todos sus partidos de ronda final por '1-0', demostrando lo controlados que tenía los partidos, siempre con el balón en los pies, manejando los tiempos, aprovechando la ocasión que se le planteara y sin conceder ocasiones al rival.
El momento que lo cambió todo fue el 11 de julio de 2010 en el 'Estadio Soccer City' de Johannesburgo, Sudáfrica. Todo un país unido y pegado a sus televisores para ver algo insólito, nuestra selección jugando una final de un mundial. En el lado opuesto teníamos a la selección holandesa con Robben a la cabeza, nadie podrá olvidar jamás el pie que le sacó Iker Casillas en aquel mano a mano, seguramente decantó la final. El partido avanzaba sin goles hasta llegar al minuto 116, con la tanda de penaltis muy en la cabeza, el tiempo pareció detenerse a la vez que todos nuestros corazones cuando el manchego Andrés Iniesta paró el balón dentro del área y lo empaló hasta el fondo de las mallas. El autor del gol fue él, pero parecía que lo empujaban más de 40 millones de gargantas desde el hemisferio opuesto del planeta. Sin duda, uno de los días más alegres que recuerdo.
De aquella generación poco queda ya con vida futbolística. Entre su columna vertebral, Puyol se retiró hace un año; Casillas y Xavi acaban de abandonar el club de toda su vida y el goleador, David Villa, vive una vida profesional de semi-retiro en la MLS de Estados Unidos. Otros como Iniesta, Ramos, Piqué, Busquets,... continúan en primera línea de la élite mundial, pero esta generación ya ha caducado y hemos vuelto a lo que eran nuestros orígenes. Toca rehacer otra generación ganadora con Vicente del Bosque a la cabeza, aunque yo no le veo capacitado para esta tarea. Hemos esperado toda nuestra vida para tener una generación capaz de tocar el cielo, esperemos que la próxima no tarde tanto, pero los hechos conseguidos por esta generación nadie nos los podrá arrebatar. Siempre recordaremos aquel periodo mágico que empezó Luis Aragonés en 2008, siguió Vicente del Bosque y concluyó en 2012; admirados e idolatrados por todo el mundo en aquellos años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario